
Esta hermosura era el cine El Nilo del barrio de Boedo. La foto es de 1915. Cuando yo era chico e iba en los 70, mantenía esta arquitectura y arco del escenario. Se le había agregado un «telón de avisos» vertical, aunque atrás permanecía uno de los cortinados de apertura horizontal central. En esa sala he visto El Golpe, Tiempos Modernos (cuando se reestrenó en copia nueva), Ahora mi nombre es nadie, Primera Plana, Zorro (con Alain Delon), Cinco Locos en Hong Kong (con Les Charlots), y hasta las argentinas de los superagentes (especialmente la primera, la Gran Aventura) y Los Irrompibles con Ricardo Espalter y Jorge Martínez. Si vamos a confesar, hay que confesar todo.
Hoy, ese cine está ocupado por una conocida casa de artículos del hogar. La arquitectura pirncipal en su interior se mantiene. Blanqueada, ya sin los detalles, esa gran sala nos permite descubrir, allá atrás, tristemente semi escondida, la zona del escenario, ese hermoso arco que resguardaba telón y pantalla.
El Nilo es parte de la historia de la niñez, parte de la historia del barrio de Boedo, parte de la histroria de muchos.
Tiempos de lienzos mágicos. Una pantalla que otrora, seguramente, había sido del formato académico (dicho en forma llana, «más cuadradito») que luego fue ampliada al formato Panavisión.
Recuerdos fuertes. En ocasión del reestreno en copia nueva de Tiempos Modernos de «Carlitos» Chaplin (como decíamos en Argentina en los años 70), mi hermano menor, que aún no leía y estaba en preescolar, preguntó ante el primer intertítulo, en voz alta: «¿Qué dice ahí?». Gran parte del público giró hacia atrás ante la irrupción de mi hermano, pero nadie atinó a chistar o quejarse. A los quince minutos, ya era acostumbrado, ante cada intertítulo, escuchar «¿Qué dice ahí?» y seguidamente, en voz muy baja, mi madre que le leía el contenido de la placa en negro con el texto blanco.
Nunca en mi vida había escuchado aplaudir en un cine. Se sabía que los actores no estaban allí. Que era una proyección. Risas, sí, siempre, muchas. Gritos, no, no eran usuales.
La escena final de Tiempos Modernos, recuerdo, era de una ternura contenida. El vagabundo extendiendo la mano, la chica aceptando y levantandose, junto a él. Ambos emprendiendo el camino, en medio de la ruta, alejándose de cámara. Ante esa imagen, se escucharon los aplausos. En mi temprana edad no tenía una clara idea del significado cultural e histórico de esa joya del cine. A la distancia, entendí que se aplaudía un clásico. Y ese fue el primer aplauso que escuiché en una sala de cine.
