Y de repente

Y de repente el enemigo. No lo era. O lo era y no lo veía. O no era, y no veía. O lo creé a partir de la construcción del enemigo que minuto a minuto nos impulsan a generar.

Ellos no sobreviven. Viven holgadamente. Nosotros remamos, nos tambaleamos en los rápidos, nos damos vuelta, nos ahogamos. Nos rescatan. Nos ponen de pie. Nos dejan andando. Hasta que súbitamente, como si alguien hubiera borrado nuestra memoria, estamos otra vez en los rápidos.

Nosotros sobrevivimos.

Alguien amado. De repente, un odio intenso.

Alguien cercano. De repente, nunca más una palabra. El borrado de todo vestigio de vínculo previo.

Nada.

Nada.

Eliminado de la existencia, como si nuestra mente fuera la realidad que nos permite la impunidad de asesinar a alguien siempre que no sea en el mundo físico.

Lo borré.

No existe.

No lo escucho.

No lo leo.

Nos ignoramos.

Y sólo le damos entidad de existencia a ellos. A quienes nunca, jamás, nos tomó de la mano o nos miró a los ojos. Para quien, definitivamente, no existimos.

Pendientes de esa mirada vacía, rehenes de la construcción de una realidad que pretendemos y no es. Definitivamente, no es.

Vamos a la arena de ceros y unos. Al barro de pixeles para combatir para regodeo de otros.

El circo para el pueblo. Circo sin pan. Sólo circo.

Ahí la catarsis.

Ahí la atrofia física.

Ahí un fundirse en plasma.

Ahí.

Donde no es.